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Palos y Sonidos
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ROMANCE. m. [Del lat. romanice, aplicado primero al modo de hablar romano y luego a las lenguas neolatinas; después nombre de lengua y se aplicó a los escritos de esta lengua, especialmente a los compuestos en verso o narrativo.] Cante flamenco también llamado corrido o corrida, originado por una especial entonación de forma individual de los romances populares andaluces sin acompañamiento musical alguno, por lo que es muy posible que sea el estilo más primitivo del flamenco y del que dimanaron las tonás. Este fenómeno musical de suma importancia para el esclarecimiento de los orígenes del cante, puesto de relieve de una manera especifica en los años setenta a través de grabaciones discográficas de viejos cantaores no profesionales, ha sido ignorado por la mayoría de los estudiosos en sus hipótesis sobre la formación del acervo flamenco. José Blas Vega, apoyándose en sus investigaciones históricas, literarias y musicales y en el resultado de las grabaciones por él dirigidas, ha expuesto respecto a los romances la teoría siguiente: «Los corridos, corridas o carrerillas, también deciduras, son nombres que se dan a los romances en Andalucía por la forma de cantarse, seguida y monorrima. Y así encontramos ya a la gitana Preciosa en La Gitanilla, de Cervantes, cantar un romance repicando sonajas al tono correntio y lopesco. Los romances permanecían ya en el alma popular a lo largo de todo el siglo XV, a pesar de que el Marqués de Santillana llamase "ínfimos poetas a aquellos que sin ningún orden, regla ni cuento facen estos cantares e romances de que la gente baja e servil condición se alegran". Como dice Menéndez Pidal, la totalidad del Romancero viejo tiende a olvidarse en la segunda mitad del siglo XVII, viniendo a ser despreciado durante el siglo XVIII, ausentándose casi completamente de la literatura y refugiándose en los pueblos retirados y en los campos, entre gente menos letrada. Es el siglo de los romances plebeyos donde se ponen de moda los pliegos sueltos, lo que motivará nuevos cauces y temas y una nueva juglaría entre el pueblo inculto, y donde lógicamente los gitanos, que también sirven de motivo, tendrán una participación interpretativa, junto a los jaques, macarenos y majos, personajes todos de vital importancia en la ambientación y formación del cante. El primero que se fija en los romances andaluces llamando la atención y preocupándose de su busca, es el escritor erudito y costumbrista Serafín Estébanez Calderón El Solitario, quien desde Málaga escribe a Pascual de Gayangos el 21 de abril de 1839: "Por no perder tiempo, voy recogiendo algunos romances orales que se encuentran en la memoria de los cantaores y jándalos, mis antiguos camaradas, romances que no se encuentran en ninguna colección de las publicadas, ni antigua ni moderna. El uno es el romance de Gerineldos, otro es el del Ciego de la Peña, y me han prometido cantarme y dejarme aprender otro que se llama el de La princesa Colinda» que sospecho pueda ser alguno de los moriscos del Romancero general, SÍ me preguntas por qué estos romances no se hallan impresos, de dónde han venido, por qué se han conservado en esta parte de Andalucía y no en otra parte, son cuestiones que no podré satisfacer cumplidamente". Años más tarde, en 1847, cuando publica El Solitario sus famosas Escenas andaluzas, en el capítulo "Una fiesta en Triana". escribe lo siguiente: "Se amenizaba de vez en cuando la fiesta con el cante de algún romance antiguo, conservado oralmente por aquellos trovadores no menos románticos que los de la Edad Media, romances que señalaban con el nombre de corridas, sin duda, por contraposición a los polos, tonadas y tiranas, que van y se cantan por coplas o estrofas sueltas... En tanto, hallándome en Sevilla, dispuse asistir a una de estas fiestas. El Planeta, El Fillo, Juan de Dios, María de las Nieves, La Perla y otras notabilidades, así de canto como de baile, tomaban parte en la función. Entramos a punto de que El Planeta, veterano cantador, y de gran estilo, según los inteligentes. principiaba un romance o corrida, después de un preludio de la vihuela y dos bandolines, que formaban lo principal de la orquesta, y comenzó aquellos trinos penetrantes de la prima, sostenidos con aquellos melancólicos del bordón, compaseado todo por una manera grave y solemne, y de vez en cuando como para llevar mejor la medida, dando el inteligente tocador unos blandos golpes en el traste del instrumento, particularidad que aumentaba la atención tristísima del auditorio. Comenzó el cantador por un prolongado suspiro, y después de una brevísima pausa dijo el siguiente lindísimo romance del Conde del Sol, que por su sencillez y sabor antiguo, bien demuestra el tiempo a que debe el ser: "Grandes guerras se publican / entre España y Portugal..."». Otro de los romances que escuchó fue el de Geríneldo. La ilustre novelista Fernán Caballero recoge en sus obras numerosos romances populares, y según dice: «cuando a la caída de la tarde, en el campo se oye a lo lejos una buena voz cantar el romance con melancólica originalidad causa un efecto extraordinario que sólo podemos comparar al que producen en Alemania los toques de corneta de los postillones, cuando tan melancólicamente vibran, repetidos por los ecos». En su obra La gaviota (1849) se ocupa de los cantes andaluces, «entre los que sobresale el romance. Estos famosos y antiguos romances que han llegado hasta nosotros de padre a hijos, como una tradición de melodía, han sido más estables sobre sus pocas notas confiadas al oído, que las grandezas de España apoyadas con cañones y sostenidas por las minas del Perú». Don Juan Valora también se siente cautivado por los romances andaluces. En sus obras: El comendador Mendoza (1877), Juanita La Larga (1895), Mariquita y Antonio (1906), se ocupa de ellos. En esta última titula un capítulo «un corrido», donde observa que «la gente del campo canta aún a la guitarra, en algunos lugares apartados de Andalucía, los antiguos romances; pero los romances y la música se van perdiendo, y la costumbre de cantarlos acabará por perderse. Ya en aquella época era harto raro oír en boca de un habitante de la ciudad un corrido que así se llaman los romances cantados». De lo que también se lamenta en 1899 Menéndez Pelayo, reconociendo que en Los Puertos se conservan estos romances a pesar de la invasión de elementos extraños y de la renovación constante de la poesía lírica popular. En cuanto al testimonio musical de cómo se cantaban estos romances nos dice Estébanez Calderón que «es un recuerdo morisco todavía». Washington Irving (1829), reconoce: «son tonadas rudas sencillas de escasas inflexiones. Las cantan en alta voz con largas y pronunciadas cadencias». Aunque es Fernán Caballero quien más concreta: «La tonada del romance es monótona y no nos atrevemos a asegurar que puesta en música pudiera satisfacer a los dilettanti ni a los filarmónicos. Pero en lo que consiste su agrado (por no decir encanto) es en la modulación de la voz que lo canta; es en la manera con que algunas notas se ciernen, por decirlo así, y mecen suavemente, bajando, subiendo, arreciando el sonido o dejándolo morir. Así es que el romance, compuesto por muy pocas notas, es dificilísimo cantarlo bien y es tan peculiar del pueblo que a sólo estas gentes y entre ellas a pocos se los hemos oído cantar a la perfección». Musicalmente estos romances debieron formarse partiendo de restos de canciones diseminadas por la geografía folklórica española en las que estaban patentes las huellas dejadas por diversas razas y pueblos que se establecieron a través de los siglos en España. No es extraño que el romance que canta Juana la del Cepillo le recordara al profesor García Matos una canción tradicional española, y científicamente él mismo ya había demostrado cómo en un martinete viejo —posible consecuencia de estos romances— la derivación melódica todavía pervivía en pueblos de Cáceres y Salamanca. El romance en Andalucía, dentro de su íntimo desarrollo melódico, tuvo una transformación musical dentro de la práctica —escasa— de los cantaores flamencos, al adaptarlo a la guitarra, siendo preferentemente la música empleada, según las versiones que nos han llegado, la misma que se utiliza en la provincia de Cádiz para la alboreá, o sea, una especie de soleá bailable. Su práctica tuvo un carácter muy privado, pues solía interpretarse, al menos entre los gitanos, en fiestas muy concretas e íntimas, como son las bodas gitanas, donde los romances y las alboreás eran los estilos predominantes. Por eso no nos extraña que en varias alboreás hallamos encontrado trozos de romances. También se cantó el romance haciendo la función de nanas. El romance como forma flamenca pasó desapercibido a los flamencólogos y hasta 1960 no adquirió su nomenclatura, siendo un tema desconocido y poco tratado. Traemos aquí los nombres de algunos de los cantaores que cultivaron esta modalidad: el famoso Planeta, El Tío Rivas, gran cantaor también por tonás, Moroncillo y el gitano Chiclanita. Con la grabación hoy de los romances en línea primitiva, a la vieja usanza, sin acompañamiento musical, damos un paso hacia el nebuloso origen del cante, pues sus músicas pueden permitir elaboraciones y estudios comparativos para determinar hechos más concretos a los que ya sabíamos, para fijar el valor musical que tuvieron directamente o en concomitancia con estilos muy concretos como son las tonás, los martinetes y las alboreás. Al escucharlos se puede observar que todos estos romances pertenecen a las mismas características melódicas, cadencíales y expresivas. Y se encuentra en ellos, de manera fundamental» dos fórmulas melódicas que se dan en tonás y martinetes. Como excepciones significativas, tres corridos: El romance de la monja, que interpreta El Negro, aprendido en su más tierna infancia, de su padre, gitano de Paterna de la Rivera, en el que se aprecia claramente la impronta y los giros melódicos de petenera con final distinto, y los que canta El Chozas, cuya música puede ser el antecedente que señalábamos del acoplamiento de la guitarra al corrido. Por otro lado, en el terreno literario es más fácil el camino de lo que el romance supuso en la estructura literaria de los cantes y de la copla flamenca. El hecho ya es apreciado por Estébanez Calderón, cuando escribe a Gayangos: «Por supuesto en estos cantares se sorprenden a veces versos y aun cuartillas casi íntegros de los antiguos romances». A modo de ejemplo recordemos la letra del polo de Tóbalo grabada por Pepe de La Matrona, y que es una cuarteta que pertenece al romance del Conde del Sol: «Tú eres el diablo, Romera, / que me vienes a tentar. / No soy el diablo, Romera, / que soy tu mujer natural». Otros ejemplos de la adaptación de los romances a posteriores estilos flamencos, los encontramos en las gelianas de los Mellizo, que cantaban una estrofa del romance fronterizo que empieza diciendo: «Moro Alcaide, moro Alcaide...»; y sobre todo en la interpretación por bulerías de El Gloria del romance La Virgen y el ciego, común a muchas regiones españolas, así como en la versión igualmente por bulerías del titulado El corregidor y la molinera, a cargo de Pericón de Cádiz. Sin olvidar el acoplamiento del romance a la soleá por bulerías antes apuntado, del que fue un excelente intérprete el ya citado Chiclanita y los miembros de la familia Chaqueta; un acoplamiento que ha tenido después su mejor difusor en Antonio Mairena. Acerca de la recuperación de los romances primitivos, José Blas Vega ha explicado así su realización: «Estos romances fueron grabados en 1971 en una de las expediciones que hicimos por la provincia de Cádiz. Concretamente en El Puerto de Santa María, lugar de tradición romancística. Dieciséis es el número de los recogidos y siete sus intérpretes: El Cojo Pavón, de Puerto Real; Agujeta El Viejo y El Chozas, de Jerez, y los portuenses: El Negro, Dolores, Juana y Alonso del Cepillo. Todos ellos gitanos y prácticamente ninguno de ellos artistas profesionales. Sus edades oscilaban entre los sesenta y ocho y los ochenta años. Los aprendieron por tradición familiar y en escasas ocasiones suelen cantarlos, por lo que algunos tuvieron que hacer un verdadero esfuerzo para recordar, solamente ciertos fragmentos. Esto y el paso del tiempo hacen que la parte literaria esté trastocada y que en un mismo romance encontremos fragmentos de otros, pero lo importante creemos que es su melodía y el carácter interpretativo con detalles personales y pintorescos, tanto en la letra como en la música. Todos pertenecen a la lírica tradicional. Desafortunadamente no pudimos encontrar alguno de pura narrativa gitana». Estos romances fueron incluidos en la obra discográfica Magna antología del cante flamenco y significan un importantísimo documento musical para el estudio de la evolución del cante flamenco, arte que pudo tener en ellos su punto de partida, al desprenderse de los mismos la toná.
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