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Palos y Sonidos

SERRANA. F. [De serrano, perteneciente a las sierras o serranías, o a sus moradores.] Cante con copla de cuatro versos de rima par, el primero y el tercero heptasílabos y el segundo y el cuarto pentasílabos, a la que se añade un terceto en el que rima el primero con el tercero, ambos pentasílabos, y el segundo, de siete sílabas, queda libre. Es un cante valiente, de mucho brío, extraordinariamente melodioso y pegadizo, de frases largas y solemnes, que exige poderosas facultades para ser interpretado. Posiblemente derive de una canción popular andaluza, tal vez carente de compás, que se aflamencó a mediados del siglo XIX. En su melodía pueden descubrirse aires de caña, de siguiriya y, sobre todo, de liviana con la que, musicalmente, el parentesco es patente. Se acompaña de guitarra, con toque de siguiriya en tono de La. II 2. Baile flamenco de creación reciente, que posee el mismo compás y un aire muy semejante al baile por siguiriyas. Fue divulgado en los teatros por la pareja de baile formada por Flora Albaicín y Roberto Iglesias. Los investigadores del arte flamenco no coinciden en sus teorías acerca del origen y localización de este estilo, que Silverio interpretaba con asiduidad y quien, según José Blás Vega, fue junto con Gallardo el de Morón, el maestro supremo de este cante en el siglo XIX. Estébanez Calderón, en 1847, cita a las «modernas serranas». Pocas son las grabaciones discográficas antiguas de serranas, aparte de las realizadas por El Mochuelo, El Tenazas y Antonio Rengel. «La razón principal —apunta el autor primeramente citado— puede estar en la larga duración de interpretar este cante completo, que excedía las limitaciones de los discos antiguos. Tampoco fue un cante que gozara de gran popularidad, lo que limitaba su interés comercial. Los que conocían bien este cante, a la hora de grabar, preferían echar mano de otros estilos más comprensibles.» Hasta la fecha ha sido José Luis Buendía López, en un trabajo publicado en la revista Candil, quien con mayor extensión y detenimiento se ha ocupado de la serrana: «Todo buen aficionado al flamenco, o simplemente enamorado de la poesía popular, conoce la calidad poética y musicológica de este cante sin igual, almizclado con olor a monte, lleno de esencias andalucísimas y en cuyas letras se desgrana todo el sentimiento de la Andalucía campesina y labradora. Este estilo de cante, tan próximo a otras áreas del folklore no estrictamente flamenco, tiene una larga tradición literaria y cultural en nuestra historia peninsular, que se ha dado en llamar genéricamente literatura pastoril, y que, aunque ancla sus raíces en la más rancia tradición grecolatina, es en nuestra literatura y en nuestro folklore (sobre todo en las letras del cante flamenco) donde ha adquirido verdadera carta de naturaleza. Sin embargo, la práctica cotidiana del cante jondo actual, parece alejarse de esas raíces nutricias de la serrana. Difícilmente los intérpretes de hoy suelen ejecutar ese cante de tan asolerada textura. Parece como si rehuyeran sus dificultades, sus esquinas angustiosas o, tal vez, ¡quién sabe!, sean sus letras (actuales) dulzonas, en ocasiones empalagosas para el gusto presente, las que lleven a los artistas a no prodigar demasiado esos cantes y al público a no solicitar excesivamente su ejecución». Después de analizar la tradición culta de la serrana en su forma literaria, se adentra Buendía López en su naturaleza flamenca: «Difícil terreno el de precisar la cronología de un cante. Afirmando mucho nuestras apreciaciones, solamente podemos inferir que en el segundo tercio del siglo XIX, ya se cantaba la serrana de un modo más o menos sistemático y profesional. Pero atrás queda la prehistoria de este cante, sus veladuras a lo largo de la historia, que quizá nunca conozcamos del todo; ese repetirse boca a boca a través de llanuras campesinas, en la no siempre fácil actividad de la gañanía o en las ásperas estribaciones de una sierra. La serrana se iría formando, como todos los cantes, a base de estratos sucesivos, de sedimentos culturales y ciegos impulsos humanos, latiendo ritmo de los corazones de sus ignotos primeros intérpretes... De todos estos indicios sólo nos queda deducir que a la mitad del siglo XIX, la serrana era algo novedoso y popular y que, de alguna manera, se la situaba cercana a Ronda (ya sabemos el valor que el viajero Richard Ford concedía a esta ciudad como principal núcleo flamenco andaluz) y se la suponía vinculada a la caña, afirmación esta última más que dudosa, pero que algunos autores han aceptado como definitiva. Más predicamento nos merecen las opiniones que la enlazan con el tronco de la siguiriya, con similar acompañamiento de guitarra y compases semejantes; es más, autores tan destacados como Ricardo Molina la consideran un cante de ámbito cordobés, y, por lo tanto, no ligado a Ronda. Incluso pensaba el insigne poeta que, pese a su denominación, la serrana no tiene que ver demasiado con la sierra, resaltando el hecho de que no haya tenido cultivadores profesionales ni aficionados conocidos desde la sierra del Cumbrón a la del Monchique. Apunta Molina también que viejos gitanos del siglo XIX a veces se llamaban a sí mismos serranos, lo que pudiera favorecer la confusión terminológica. Sin embargo, por nuestra parte, creemos bastante poco fiable la hipotética confusión de nombres, y abogamos por defender que el término serrana tiene que ver, de un lado, con la tradición culta pastoril que más arriba señalábamos y, de otro, con la enorme inspiración literaria que estos cantes tienen en temas de la sierra, tanto en los aspectos animales y humanos (corderos, ovejas, pastores o bandoleros) como en los inanimados que forman parte de esa agreste naturaleza serrana (tomillo, pinos, madroños, etc.)... En fin, digamos que junto a Ronda y Córdoba no han faltado autores que defiendan a Huelva como punto de origen de este cante, señalando la importancia de las interpretaciones por este palo de Antonio Silva El Portugués cuyo cante ha llegado hasta nosotros a través de Antonio Rengel, el cantaor onubense fallecido en 1961, y uno de los últimos grandes intérpretes de la serrana en unión del también desaparecido Pepe de la Matrona. Tal como hoy se conserva la serrana, y sin descartar rotundamente ninguna opinión contraria, nosotros la englobaremos, pues, junto a la liviana, en la atmósfera rítmica y musical de la siguiriya. Lo más probable es que se trate de una canción popular andaluza, como la petenera o la trillera, en principio carente de compás; más tarde se aflamencó en la época citada del siglo XIX, engrandeció sus tercios, y gracias a ejecuciones geniales como las de Silverio Franconetti, adquirió carta de naturaleza jonda». Por su parte, José Blas Vega, además de los intérpretes nombrados como artífices de la serrana, señala también los nombres de Villalta, don Antonio Chacón, Fernando El Herrero, Onofre y El Sota. En la actualidad, son muchos los cantaores que incluyen la serrana en sus repertorios discográficos, pero muy pocos los que interpretan este estilo en sus actuaciones cara al publico.

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